Orden y Argumento en la Oración - por Carlos Spurgeon

ORDEN Y ARGUMENTO EN LA ORACIÓN


Texto: "Quién me diera el saber dónde hallar a Dios yo iría hasta su silla. Ordenaría mi causa delante de El, y llenaría mi boca de argumentos.” Job 23:3,4


Estando en una situación extremadamente crítica, Job clamó a Dios. El profundo deseo de un hijo de Dios que está en la aflicción es ver una vez más el rostro de su Padre. Su primera oración no es: ¡Ah! Que sea sanado de la enfermedad que ahora afecta cada parte de mi cuerpo," ni siquiera: "Que pueda ver que mis hijos son devueltos de las fauces del sepulcro y que me sean devueltos mis bienes de manos de los saqueadores," sino que el grito primero y supremo es: "¡Oh que supiera dónde encontrar a Aquel que es mi Dios! Que pueda llegar ante su trono." Cuando arrecia la tempestad, los hijos de Dios corren a casa. Es un instinto celestial de un alma en gracia el buscar refugio de todos sus males bajo las alas de Jehová. Un buen título para un creyente verdadero es, "Aquel que ha hecho de Dios su refugio." El hipócrita, cuando piensa que ha sido afligido por Dios, se resiente, y como un esclavo huye de su amo que lo ha azotado. Pero no es así con el verdadero heredero de los cielos, que besa la mano del que le golpeó, y busca refugio de la varilla en el mismo seno del Dios que le disciplinó.


Vosotros observaréis que el deseo de tener comunión con Dios se intensifica por el fracaso de todas las demás fuentes de consuelo. Cuando, a la distancia, Job vio venir a sus amigos debe de haber abrigado la esperanza de ver suavizada la agudeza de su dolor por medio de su bondadoso consuelo y tierna compasión. Pero aún no habían hablado mucho cuando exclamó amargamente: "Consoladores molestos sois vosotros."


Ellos pusieron sal en sus heridas, derramaron combustible sobre la llama de su pesar, añadieron la hiel de sus recriminaciones al ajenjo de sus aflicciones. Una vez ellos habían querido alegrarse a la luz de su sonrisa, y ahora se atrevían a arrojar sombras poco generosas e inmerecidas sobre su reputación. ¡Ay del hombre cuando su copa de vino se convierte en vinagre y su almohada le punza con espinas! ¡El patriarca se apartó de sus amigos y elevó la mirada hacia el trono celestial, así como el viajero abandona la cantimplora vacía y se dirige rápidamente a la fuente de agua. Se despide de las esperanzas terrenales y exclama: ¡Quién me diera el saber donde hallar a Dios!"


Hermanos míos, nada nos enseña tanto sobre lo precioso que es nuestro Creador, que el darnos cuenta de lo vacío de todo lo demás. Cuando una y otra vez has sido traspasado por la expresión: "Maldito el que confía en el hombre y pone carne por su brazo," comienzas a gustar la dulzura indescriptible de la afirmación divina: "Bendito el varón que confía en Jehová, y cuya confianza es Jehová.”Apartándote con desprecio de las colmenas humanas donde no encontraste miel, pero sí muchos aguijones agudos, te regocijarás en Aquel cuya palabra fiel es más dulce que la miel o que destila del panal.


Además se puede observar que aunque un hombre bueno se acerca a Dios en su tribulación, y corre con toda rapidez debido a la falta de bondad de sus congéneres, a veces el alma en gracia es dejada sin la consoladora presencia de Dios. Este es el mayor de los pesares. El texto es uno de los profundos gemidos de Job, mucho más profundo que cualquiera que pudiera haber lanzado por la pérdida de sus hijos y de sus bienes: "¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!" La peor de todas las pérdidas es perder la sonrisa de mi Dios. Ahora él probó anticipadamente la amargura del clamor de su Redentor: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" La presencia de Dios está siempre con su pueblo en un sentido, en cuanto a sostenerlo secretamente se refiere, pero su presencia manifiesta no la disfrutan constantemente. Puedes ser muy amado por Dios, pero no tener conciencia de ese amor en tu alma. Puedes ser tan querido a Su corazón como Jesucristo mismo, pero por un breve momento puede dejarte, y con un poco de ira puede esconderse de ti.


Pero, queridos amigos, en tales momentos el deseo del alma creyente adquiere gran intensidad el hecho de haberle sido retirada la luz de Dios. El alma alcanzada por la gracia se dirige con doblado celo a la búsqueda de Dios, y envía sus gemidos, sus súplicas, sus sollozos y sus suspiros al cielo con mayor frecuencia y fervor. "Quién me diera el saber dónde hallar a mi Dios." La distancia y las dificultades son como nada. Con sólo saber dónde ir la distancia y las dificultades son como nada. Me parece que tal es el estado mental de Job cuando pronuncia las palabras que tenemos delante de nuestros ojos.


Pero no podemos detenernos en este punto porque el objetivo del discurso de esta mañana nos llama a seguir adelante. Parece que el fin de Job al desear la presencia de Dios, era poder orar. Había orado, pero quiere orar como si estuviera en la presencia de Dios. Desea suplicar como en presencia de alguien que le podrás oír y ayudar. Desea plantear su propio caso ante la silla del Juez imparcial, delante del rostro mismo del Dios todo sabio. Apelaría desde las instancias más bajas donde sus amigos daban un juicio injusto, a la Corte de Rey -la Corte Suprema Celestial- donde, dice él, "ordenaría mi causa delante de él, llenaría mi boca de argumentos."


En este último versículo, Job nos enseña la forma en que pensaba plantear su intercesión ante Dios. Es como si revelara los secretos, y el arte de la oración. Aquí somos admitidos en la liga de los suplicantes. Se nos enseña la bendita habilidad y ciencia de la oración, y si nos hacemos aprendices de Job esta mañana, durante esta hora podemos recibir una lección del maestro de Job, podemos adquirir no poca habilidad en nuestras intercesiones delante de Dios.


Aquí se presentan dos cosas como necesarias en la oración: ordenad nuestra causa, y llena de argumentos nuestra boca. Hablaremos de estas dos cosas, y entonces, si hemos aprendido correctamente la lección, vendrá un bendito resultado.


I. Primero, Es necesario que nuestra causa sea ordenada delante de Dios.

Existe vulgarmente la noción de que la oración es algo muy simple, una especie de asunto común que puede hacerse de cualquier modo, sin cuidado ni esfuerzo. Algo para lo cual sólo necesitas dar con un libro, obtener un cierto número de palabras excelentes, y ya habrás orado; y el libro vuelve a su lugar en los estantes. Otros suponen que el uso de un libro es supersticioso, y que lo único que tienes que hacer es repetir sentencias extemporáneas, palabras que vienen acelera-damente a tu mente, como un hato de cerdos o como una jauría, y que cuando has proferido esas palabras poniendo algo de atención a lo que has dicho, has orado. Ahora bien, ninguna de estos modos de orar fue adoptada por los santos de la antigüedad. Parecen haber tenido un concepto mucho más serio de la oración que el que luchas tienen en el día de hoy.


Los santos de la antigüedad tenían por costumbre ordenar su causa delante de Dios. Es decir, lo hacían como el demandante que no se presenta en la corte sin haber pensado bien el planteamiento de su causa, y no la deja a la inspiración del momento, sino que entra en la audiencia con su caso bien preparado, habiendo además aprendido cómo conducirse en la presencia de aquel importante personaje ante del cual está apelando. En tiempos de peligro y de angustia podemos volar a la presencia de Dios tal como estamos, como la paloma entra en la hendidura de la roca aunque sus plumas se encuentran en desorden; pero en tiempos normales no deberíamos presentarnos con un espíritu sin preparación, así como un hijo no se presenta ante su maestro en la mañana hasta después de lavarse y vestirse. Mirad a aquel sacerdote: tiene un sacrificio que ofrecer, pero no entra corriendo en el atrio de los sacerdotes y se pone a cortar el becerro con la primera hacha que puede tomar, sino que cuando se levanta, se lava los pies en el lavacro de bronce, se pone sus vestiduras, y se engalana con sus atuendos sacerdotales; luego se acerca al altar con su víctima adecuadamente dividida según lo ordena la ley, y tiene cuidado de hacerlo según el mandamiento, recibe la sangre en un lebrillo y la derrama en un lugar adecuado al pie del altar, en vez de tirarla como bien se le pudiera ocurrir. El fuego no lo ha encendido con fuego común, sino con el fuego sagrado tomado del altar. Todo este ritual ha sido ya abandonado, pero la verdad que enseña sigue siendo la misma. Nuestros sacrificios espirituales debieran ser ofrecidos con santo cuidado. Dios no quiere que nuestras oraciones sea un simple salto de la cama, arrodillarse y decir lo que primero nos venga a la mente. Por el contrario, debemos esperar al Señor con santo temor y sagrada reverencia. Mirad cómo oraba David cuando Dios lo había bendecido. Entended esto. No se paraba afuera desde lejos, sino que entraba delante del Señor y se sentaba, —porque sentarse no es una mala posición para orar— y sentado silenciosa y calmadamente delante del Señor comenzaba a orar, pero no sin haber meditado antes sobre la bondad divina, y de ese modo obtener un espíritu de oración: Luego, abrió la boca con la ayuda del Espíritu Santo. ¡Ah, que nosotros usemos este estilo para buscar al Señor! Abraham puede servirnos como patrón. Se levantó temprano -en ello expresa su disposición; caminó tres días— en ello muestra su celo; dejó a sus servios al pie del monte -en ello busca privacidad; lleva la madera y el fuego consigo- va preparado; y finalmente levantan el altar y ordena la leña, y luego toma el cuchillo- aquí está la cuidadosa devoción de su adoración. David lo expresa así: "De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré" a partir de lo cual frecuentemente os he explicado que quiere decir que ordenaba sus pensamientos como hombres de guerra, o que él apuntaba con sus oraciones como si fueran flechas. No tomaba la flecha, la ponía sobre la cuerda del arco y disparaba, disparaba y disparaba en cualquier dirección, sino que después de tomar la flecha elegida y de ajustaría en la cuerda del arco hacía puntería deliberadamente. Miraba, y miraba bien, al blanco. Mantenía su ojo fijo en él, dirigiendo su oración, y luego tensaba su arco con todas sus fuerzas y dejaba salir la flecha con la vista y ver el efecto que tenía, porque esperaba una repuesta a sus oraciones, y no era como muchos que difícilmente vuelven a acordarse de sus oraciones después de pronunciadas. David sabía que tenía delante de sí un compromiso que requería todos los poderes de su mente. Ordenaba sus facultades y se entregaba a la tarea de una manera concienzuda, como uno que cree en ello y quiere lograr el éxito. Mientras más importante el trabajo, más atención merece. Trabajar diligentemente en la tienda, y descuidadamente en la cámara de oración es poco menos que una blasfemia, porque es una insinuación de que todo le cae bien a Dios, pero que el mundo debe recibir nuestra mejor atención.


Si alguno pregunta qué orden debe observarse en la oración sepa que no le voy a dar un esquema como el que muchos han elaborado, en que se ordenan en sucesión, la adoración, la confesión, la petición, la intercesión y la invocación del nombre de Cristo. No estoy convencido que ese orden sea dado por autoridad divina No me he estado refiriendo a orden simplemente mecánico, porque nuestras oraciones serán igualmente aceptables, y es posible que igualmente adecuada, en cualquier forma. Es que aparecen oraciones modelos tanto en le Antiguo como en el Nuevo Testamento, que asumen distintas formas. El verdadero orden espiritual de la oración parece estar formado por algo que es más que un simple ordenamiento. Es más apropiado que nosotros sintamos primero que estamos haciendo algo que es real; que estamos por presentarnos delante de Dios, a quien no hemos visto ni podemos ver, pero está realmente presente. No lo podemos tocar ni oír, ni podemos captarlo por medio de nuestros sentidos, pero que no obstante, está con nosotros en forma tan cierta como si estuviéramos hablando con un amigo de carne y sangre como nosotros. Sintiendo la realidad de la presencia de Dios, nuestra mente será dirigida por la gracia divina a un estado de humildad. Nos sentiremos como Abraham, cuando dijo: "He comenzado a hablar a mi Señor aunque soy polvo y ceniza." Por consiguiente, no nos liberamos de nuestra oración como niños que repiten sus lecciones, como cuestión de rutina. Mucho menos hablaremos como rabino que instruye a sus discípulos, o como he oído hacer a algunos, a la manera de los rudos asaltantes de caminos que detienen una persona y le exigen la bolsa. Al contrario, seremos peticionarios humildes pero osados, que solicitamos importuna-mente misericordia por la sangre del Salvador. Cuando siento que estoy en la presencia del Señor, y tomo la posición correcta en su presencia, la cosa siguiente que me falta reconocer es que no tengo derecho a nada de lo que estoy buscando, y no puedo esperar obtenerlo si no es como un don de la gracia, y debo recordar que Dios limita los canales a través de los cuales me concederá su misericordia, que me la concederá solamente a través de su amado Hijo. Entonces debo poner-me bajo el patrocinio del gran Redentor. Debo sentir ahora que ya no soy yo quien habla, sino Cristo el que habla conmigo, y que mientras hago mi súplica, apelo a sus heridas, Su vida, Su muerte, Su sangre, Su todo. Esta es una manera verdadera de establecer un orden.


Lo siguiente es considerar ¿qué debo pedir? En la oración es muy propio hacer con gran claridad las súplicas. Es bueno no andar con rodeos, sino ir directamente al punto. Me gusta esa oración de Abraham: "Ojala Ismael viva delante de ti." Se da el nombre de la persona por la que se ora, y la bendición deseada, todo ello expresado en pocas palabras: "Que Ismael viva delante de ti." Muchas personas hubieran usado rodeos más o menos según este estilo: "Ah, que nuestro amado retoño pueda ser mirado con favor, con ese favor que concede a aquellos que...etc." Di "Ismael" si quieras decir Ismael; ponlo en palabras sencillas delante del Señor.


Algunas personas no pueden siquiera orar por el ministro sin usar esas descripciones circulares de modo que uno podría pensar que se trata del bedel de la parroquia o de alguna persona a la que no vale la pena mencionar en forma demasiado particular. ¿Por qué no ser claros, y decir lo que queremos decir y significar lo que decimos? El ordenar nuestra causa nos llevaría a tener una mayor claridad de pensamientos. En la cámara de oración no es necesario, queridos hermanos, que pidáis todas las cosas buenas que podáis imaginar. No es necesario repasar el catálogo de todas las necesidades que podrías retener, que habéis tenido, podáis tener o tendréis. Pedid por vuestra necesidad presente. Pedid vuestro pan cotidiano --lo que queréis ahora-eso pedid. Pedidlo en forma sencilla, como delante de Dios, que no considera las finas expresiones, y para quien vuestra elocuencia y oratorio será menos que nada y pura vanidad. Estás delante de Dios. Sean pocas tus palabras y ferviente tu corazón.


No has completado tu pedido una vez que has pedido lo que quieres por medio de Jesucristo. Debes repasar con la mirada las bendiciones que desea, para ver si es seguro que sería bueno pedirlo, porque algunas cosas que deseamos sería mejor abandonarlas. Además, en el fondo de nuestro deseo podría haber un motivo que no es verdaderamente cristiano, un motivo egoísta, que olvida la gloria de Dios y que atiende solamente a nuestra comodidad y ocio. Ahora bien, aunque podríamos pedir cosas que son para nuestro provecho, no debemos dejar que nuestro provecho interfiera en alguna forma con la gloria de Dios. En la oración aceptable debe haber una dosis de la sal santa de la sumisión a la voluntad divina. Me gusta el dicho de Lutero: "Señor, esta vez tú harás mi voluntad." "¿Qué?" me dices, "¿Te gusta una expresión como esa?" Sí, porque la oración siguiente es: "Harás mi voluntad, porque sé que mi voluntad es tu voluntad." ¡Bien dicho, Lutero! Pero sin las últimas palabras hubiera sido impía presunción. Cuando estamos seguros que lo que pedimos es para la gloria de Dios, entonces, si tenemos poder en la oración, vamos a decir: "No te dejaré si no me bendices." Podemos tener tratos íntimos con Dios, y como Jacob, con el ángel, hasta podríamos ponernos a luchar, a tratar de forzar una caída del ángel antes que ser enviados sin la bendición. Pero debemos tener muy claro, antes de entrar en tales términos, que lo estamos buscando en realidad es la honra de nuestro Maestro.


Pónganse estas tres cosas juntas, la profunda espiritualidad, que reconoce la oración como una verdadera conversión con el Dios invisible; mucha claridad, que es la realidad de la oración, pidiendo aquello que sabemos que necesitamos; y por sobre todo, mucho fervor, creyendo, que la cosa es necesaria, resuelto por lo tanto a obtenerlo si se puede obtener por medio de lo oración, y además de todo esto, completa sumisión, dejando todo ello a la voluntad del Maestro; --mézclese todo ello, y tendrá una clara idea de lo que es ordenar tu causa delante del Señor.


No obstante, la oración en sí es un arte que solamente el Espíritu Santo nos puede enseñar. El es el dador de toda oración. Ora por la oración: ora hasta que puedas orar. Pido que te ayude a orar, y no dejes de orar con la disculpa de que no puedes orar, porque cuando piensas que no puedes orar es cuando más oras. Y a veces, cuando en tu súplica no tienes ningún tipo de alivio, es entonces que tu corazón quebrantado y abatido está luchando y prevaleciendo verdaderamente.


II. La segunda parte del orar es llenar la boca de argumentos -no llenar la boca con palabras ni buenas frases o bellas expresiones, sino llenar la boca con argumentos.

Los santos de la antigüedad eran dados a argüir en oración. Cuando llegamos a los portales de la misericordia los argumentos coherentes son los golpes a la puerta que hacen que nos sean abiertas.


¿Por qué tenemos que usar argumentos? Es la primera pregunta y su repuesta es: Ciertamente no porque Dios sea tardo para dar, ni porque podamos cambiar el propósito divino, ni porque Dios necesite ser informado de alguna circunstancia respecto de nosotros o de algo en relación con la misericordia solicitada. Los argumentos que se usan son para nuestro propio beneficio, no para el suyo: Nos pide que le suplicamos y presentemos nuestras pruebas, como dice Isaías porque esto demostrará que sentimos el valor de la misericordia. Cuando un hombre busca argumentos para una cosa es porque atribuye importancia a lo que está buscando.

Las mejores oraciones que he oído en nuestras reuniones de oración han sido aquellas que están llenas de argumentos. A veces mi alma se ha derretido completamente al oír a hermanos que han llegado ante el Señor sintiendo que realmente necesitan la misericordia, y que deben recibirla, porque primero han suplicado a Dios que les dé por esta razón, y luego por una segunda, y una tercera, y luego una cuarta y una quinta, hasta que han despertado el fervor de toda la asamblea.


Hermanos míos, en lo que a Dios respecta, no hay necesidad de oración, pero ¡cuánta necesidad de ella tenemos por causa de nosotros mismos! Si no fuésemos constreñidos a orar, dudo que pudiéremos siquiera vivir sin nosotros solicitarlas, no serías ni la mitad de útiles de lo que son, ahora que tienen que ser buscadas. Porque ahora recibimos una doble bendición, una al obtener lo pedido y una bendición al buscarla. El acto mismo de orar es una bendición. Oro es como bañarse es un fresco arroyo susurrante, para escapar del calor del sol de verano. Orar es subir en alas de águilas por sobre las nubes y entrar en la claridad de cielo donde Dios mora. Orar es entrar en el tesoro de Dios y enriquecerse de lo que ofrecen sus graneros inagotables. Orar es tomar el cielo en los brazos de uno, abrazar a la Divinidad con el alma, y sentir que el cuerpo de uno es templo del Espíritu Santo. Aparte de la respuesta, la oración en sí es una bendición. Orar, mis hermanos, es arrojar vuestras cargas, es echar vuestros harapos, es deshaceros de vuestras enfermedades, es ser lleno de vigor espiritual del cristiano. Que Dios nos conceda el estar mucho tiempo en el santo arte de argumentar con Dios en oración.


Nos falta la parte más interesante de nuestro tema. Es un resumen y catálogo rápido de algunos de los argumentos que han sido utilizados con gran éxito delante de Dios apelando a sus atributos. Así lo hizo Abraham cuando echó mano a la justicia divina. Estaba por pedir en favor de Sodoma, y Abraham comienza: "Quizás haya cincuenta justos en la ciudad: ¿destruirás también y no perdonarás el lugar por amor a los cincuenta justos que estén dentro de él? Lejos de ti el hacer tal, que hagas morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El juez de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?" En esto comienza su lucha. Era un argumento poderoso por medio del cual el patriarca tomó al Señor de su amo izquierda y se la detuvo cuando estaba por hacer caer su fuego. Vino la respuesta. Y se dio cuenta que eso no salvaría la ciudad y podéis notar como el buen hombre, profundamente apremiado, se retira por pulgadas, hasta que cuando ya no pudo seguir apelando a la justicia, se aferró de la mano derecha de la misericordia de Dios, y eso le dio un maravilloso asidero, cuando al pedir que si había solo diez justos en la ciudad podría ser perdonada. Así tú y yo podemos apelar en cualquier momento a la justicia, la misericordia, la fidelidad, la sabiduría, la paciencia y la ternura de Dios, y descubri-remos que cada atributo del Altísimo es un gran ariete con el que podemos abrir las puertas del cielo.


Otra poderosa pieza de artillería en la batalla de la oración es la promesa de Dios. Cuando Jacob estaba del otro lado del arroyo de Jacob, y su hermano Esaú se acercaba con hombres armados, le rogó a Dios que no dejara que Esaú destruyera a la madre y a los hijos, y como razón principal suplicó: "Tú has dicho: Yo te haré bien." ¡Qué fuerza tiene esa súplica! Estaba amarrando a Dios a Su Palabra: "Tú has dicho." El atributo es un espléndido cuerno del altar del cual aferrarse. Pero la promesa, que lleva en sí el atributo y algo más, es un nudo mucho más poderoso. "Tú has dicho." Recordad como lo hizo David. Después que Natán le dio a conocer la promesa, David dijo al terminó de su oración: "Haz conforme a lo que has dicho" es un argumento legítimo para cualquier hombre honesto, y "¿Ha dicho y no hará?" "Sea Dios veraz y todo hombre mentiroso." ¿No será El veraz? ¿No guardará su Palabra? ¿Es que no todas las palabras que salen de su boca son firmes para ser cumplidas?


En la inauguración del templo, Salomón usa el mismo argumento poderoso. Le suplica a Dios que recuerde la palabra que habló a su padre David, y que bendijera ese lugar. Cuando un hombre da una promesa, su honor está comprometido. Firma con su mano y debe cumplir cuando la fecha llega, de otro modo pierde su crédito. Nunca podrá decirse que Dios no cumple sus compromisos. El crédito del Altísimo no puede ser impugnado, y nunca lo será. El es puntual. Nunca se anticipa, pero nunca se atrasa. Puedes escudriñar a través de todo este Libro, y compararlo con la experiencia del pueblo de Dios, y ambos concuerdan de principio a fin. Y muchos ancianos patriarcas han dicho lo que Josué dijo cuando estaba avanzado en edad: "No ha faltado una de todas las buenas palabras que Jehová vuestro Dios ha dicho de vosotros. Todas han acontecido." Hermano mío, si tienes una promesa divina, no necesitas pedirla con un "si" condicional. Puedes pedir con certeza. Si para la misericordia que estás pidiendo ahora tienes la palabra solamente comprometida por Dios, casi no hay lugar para tomar precauciones en cuanto a someter la petición a Su voluntad. Ya sabes que es su voluntad: Su voluntad está en la promesa. Pídele. No le des descanso hasta que El la haya cumplido. El quiere cumplirla, de otro modo nada hubiera prometido.


Un tercer argumento que se debe usar es el empleado por Moisés: el gran nombre de Dios. ¡Con cuánta fuerza argumentó con Dios en una oportunidad sobre esta base!

"Las gentes que hubieren oído tu fama hablarán, diciendo: "Por cuanto no pudo Jehová meter a este pueblo en la tierra de la cual les había jurado, los mató en el desierto.'" Hay ocasiones en que el nombre de Dios está íntimamente ligado con la historia de su pueblo. A veces confiado en una promesa divina, un creyente no solamente se vería engañado sino el mundo impío que lo observa diría: "Aja, dónde está tu Dios? Tomemos el caso de nuestro respetado hermano, el Sr. Müller de Bristol. Todos estos años él ha declarado que Dios oye la oración, y firme en esa convicción, se ha entregado a construir casas y más casas para el cuidado de los huérfanos. Puedo muy bien darme cuenta que si fuera llevado al punto de faltarle los recursos para el mantenimiento de ese par de miles de niños, él bien podría usar el argumento: "¿Qué será de tu gran nombre?" Y tú, cuando estés en graves dificultades, si has recibido claramente la promesa, puedes decirle: "Señor, tú has dicho: 'En seis tribulaciones te librará y en la séptima no te tocará el mal.' He dicho a mis amigos y vecinos que tengo mi confianza puesta en ti, y si no me salvas ahora, ¿qué será de tu nombre? Escúchame, Oh Dios, y haz esto, para que tu honra no sea arrastrada por el polvo."


También podemos apelar a los sufrimientos de Su pueblo. Esto lo hacen frecuentemente. Jeremías es el gran maestro de este arte. Dice: "Sus nobles fueron más puros que la nieve, más blancos que la leche; más rubios eran sus cuerpos que el coral, su talle más hermoso que el zafiro. Oscuro más que la negrura es su aspecto." "Los hijos de Sion, preciados y estimados más que el oro puro, ¡cómo son tenidos por vasijas de barro, obra de manos de alfarero!" Habla de todos sus pesares y de las estrecheces provocadas por el asedio enemigo. Le pide a Dios que mire a Sion que sufre, y antes que pase mucho son oídos sus gritos lastimeros. Nada resulta tan elocuente para un padre como el grito de su hijito, pero hay una cosa aun más poderosa y es el quejido, cuando el niño está tan enfermo y ya no puede gritar, y yace gimiendo con una clase de quejido que indica un sufrimiento extremo y una intensa debilidad. ¿Quién puede resistir ese gemido? ¡Ah! y cuando el Israel de Dios se encuentra tan abatido que casi no puede gritar, y solamente sus gemidos se oyen, entonces llega el tiempo de la liberación de Dios, y es seguro El mostrará que sí ama a su pueblo. Queridos hermanos, cuando quiera que seáis puestos en la misma condición podéis suplicar por medio de gemidos, y cuando veáis que la iglesia está muy abatida puedes usar sus sufrimientos como un argumento por el cual Dios debería volverse y salvar al remanente de su pueblo.


Hermanos, es bueno, antes Dios, apelar al pasado. Vosotros, que sois pueblo experimentado de Dios, sabéis como hacer esto. Este es el ejemplo de David al respecto: "Mi ayuda has sido, no me dejas, ni me desampares." Apela a la misericordia que Dios le ha mostrado desde su juventud. Habla de haberse refugiado en su Dios desde su mismo nacimiento, y luego suplica: "Aun, en la vejez y las canas, Oh Dios, no me desampares." Hablando con Dios, Moisés dice: "Tú sacaste a este pueblo de Egipto." Es como si dijera: "No dejes tu obra sin terminar; Tú has comenzado a edificar, completa tu obra. Peleaste la primera batalla, Señor, culmina la campaña. Sigue adelante hasta obtener la victoria completa." Con cuánta frecuencia hemos clamado en nuestra tribulación: "Señor tú me libraste en tal y tal problema grave, cuando parecía que ya no habría ayuda cercana. Sin embargo, nunca me has desamparado. Yo he puesto mi Ebenezer en tu nombre. Si tu intención era abandonarme, ¿por qué me mostraste tales cosas? ¿Has traído a tu siervo hasta este punto para avergonzarlo?" Hermanos, tenemos que tratar con un Dios inmutable, que en el futuro hará lo que ha hecho en el pasado, porque él nunca se aparta de su propósito, y no puede ser frustrado en sus designios. Así el pasado se convierte en un medio poderoso de obtener las bendiciones de El.


Hubo una ocasión en que el profeta Elías hizo uso de la divinidad misma de Jehová en su súplica. Había desafiado a sus adversarios, los que debían probar si sus dioses le responderían por fuego. Ya adivinaréis la emoción que había ese día en la mente del profeta. Con severo sarcasmo decía:
"Gritad en alta voz, porque Dios es; quizás está meditando, o tiene algún trabajo, o va de camino; tal vez duerme y hay que despertarle." Y mientras se cortaban con cuchillos y saltaban alrededor del altar, con qué desprecio debe de haberlos mirado el hombre de Dios en sus vanos esfuerzos, y en sus gritos fervientes pero inútiles! Pero piénsese cómo palpitaría el corazón del profeta, de no haber sido por su fe, mientras reparaba el altar de Dios, y ordenaba la leña y daba muerte al becerro. Oídlo exclamar: "Derramen agua sobre el sacrificio. Que no haya sospechas de fraude. Que no piensen que hay fuego escondido. Derramen agua sobre el sacrificio." Cuando lo hicieron, les ordena: "Háganlo por segunda vez." Y lo hacen. Entonces les dice: "Háganlo por tercera vez." Cuando está todo cubierto de agua, mojada y saturado, entonces se pone de pie y clama a Dios: "Respóndeme, Jehová respóndeme, para que conozca este pueblo que tú, oh Jehová, eres el Dios." Aquí todo estaba en juego, la propia existencia de Dios fue puesta en juego ante los ojos de los hombres por este osado profeta. Pero ¡qué bien fue oído el profeta! Descendió fuego y devoró no solamente el sacrificio, sino aun la madera y las piedras y hasta el agua que estaba en las zanjas, porque Jehová Dios había respondido la oración de su siervo. A veces nosotros podemos hacer lo mismo y decirle: "Oh, por tu Deidad, por tu existencia, si en verdad ya eres Dios, muéstrate ayudando a tu pueblo.


Finalmente, el gran argumento cristiano es el de los sufrimientos, la muerte, los méritos, la intercesión de Cristo. Hermanos, me temo que no entendemos qué tenemos a nuestra disposición cuando se nos permite suplicar a Dios en el nombre de Cristo. Me encontré con este pensamiento hace unos pocos días. Para mí era nuevo, pero creo que no debió haber sido así. Cuando pedimos a Dios que nos oiga, implorando en el nombre de Cristo, normalmente queremos decir: "Oh Dios, tu amado Hijo merece esto de tu parte. Haz esto en mi favor por lo que El merece." Pero si lo supiéremos podríamos ir más lejos. Supongamos que me dices, siendo tú el custodio de un almacén en la ciudad: "Señor, pase por mi oficina, use mi nombre y dígales que le den tal y tal cosa." Yo voy, uso tu nombre, y obtengo lo que pido por derecho y por necesidad.


Esto es lo que Cristo dice virtualmente: "Si necesita algo de Dios, todo lo que el Padre tiene, me pertenece; ve y usa mi nombre." Supón que le das a una persona tu chequera firmada, con los cheques en blanco para que los llene como estime conveniente. Eso estaría muy cerca de lo que Jesús hizo al decir: "Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré." Si hay una buena firma al pie del cheque puedo estar seguro que lo cobraré cuando lo presente en el banco. Así cuando haces tuyo el nombre de Cristo, con el cual la misma justicia de Dios está endeudada, y cuyos méritos tienen derechos ante el Altísimo, cuando tienes el nombre de Cristo, no tienes por qué hablar con temor y temblor y con el aliento entrecortado. No vacile y no permitas que tu fe titubee! Cuando oras en el nombre de Cristo has invocado el nombre que hace temblar las puertas del infierno, y que las huestes celestiales obedecen, y hasta Dios mismo siente el sagrado poder de ese divino argumento.


Hermanos, harías bien a veces en vuestras oraciones en pensar más en los dolores y gemidos de Cristo. Presenta delante del Señor sus heridas, dile a Jehová Sus clamores, que los quejidos de Jesús se oigan nuevamente desde Getsemaní, y su sangre hable nuevamente desde el frío Calvario. Habla y dile a Dios que con tales sufrimientos, llantos y gemidos para invocar, no puedes recibir una negativa; argumentos como éstos harán que la respuesta sea pronta.


III. Si el Espíritu Santo nos enseña a ordenar nuestra causa, y a llenar nuestra boca de argumentos, el resultado sea que llenaremos nuestra boca de alabanzas.

La persona que tiene su boca llena de argumentos en oración pronto tendrá su boca llena de bendiciones en respuesta a a oración.
Querido amigo, esta mañana tienes la boca llena, ¿verdad? ¿De qué? ¿Llena de quejas? Ora al Señor que limpie tu boca de toda esa negra basura que de poco te valdrá, y solamente va a amargar tus entrañas uno de estos días. ¡Oh, llena tu boca de oración, llénala, que se llene de argumentos para que no haya lugar para otra cosa! Entonces ven con este bendito bocado, y pronto te irás con lo que has pedido a Dios. Solamente delante en él, y él te dará el deseo de tu corazón.


Se dice -no sé cuanto de verdad haya en ello- que la explicación del texto "Abre tu boca y yo la llenaré," podría encontrarse en una costumbre oriental muy singular. Se dice que no hace mucho tiempo -recuerdo el informe de este hecho-el rey de Persia ordenó al jefe de la nobleza había hecho alguna cosa que le había agradado mucho- que abriera la boca, y cuando la hubo abierto, comenzó a poner perlas, diamantes, rubíes, y esmeraldas en ella hasta llenarla con cuanto pudiera contener, y entonces lo dejó ir. Se dice que esto se hacía ocasionalmente en las cortes orientales para premiar a los grandes favoritos. Ahora bien, sea o no una explicación del texto, de todos modos es una ilustración de lo que dice. Dios dice: "Abre tu boca, con argumentos," y entonces la llenará con misericordias inapreciables, gemas de valor inexpresable. ¿Por qué no querría una persona abrir la boca para que sea llena de esa forma? Ciertamente el más simple entre vosotros es bastante sabio para hacer eso. Entonces, abramos bien nuestra boca cuando estemos orando a Dios. Nuestras necesidades son grandes, que nuestro pedir sea grande, y la provisión será grande también. La estrechez tuya no está en El; tu estrechez está en tus entrañas. Que el Señor te dé una boca amplia en oración, gran potencia, no en el uso del lenguaje, sino en el empleo de argumentos.


Lo que he estado diciendo al creyente, en gran media es aplicable al inconverso. Dios te dé el que puedas ver la fuerza de ello, y que huyas en humilde oración al Señor Jesucristo, y que encuentras vida eterna en El.
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